sábado, septiembre 30, 2006

Miedos, sonrisas y escalofríos

Anoche me he sentido solo, muy solo. A veces el corazón juega esas malas pasadas y uno sin saber cómo ni por qué aparece en un estado de ánimo a miles de años luz de donde posaba los pies unas horas antes. Fue un mal rato. Escribí algo. Aquí, en el mismo lugar que ocupan estas letras, hubo otras que intentaron ser una mano tendida al vacío pero que se sentían como si fueran un SOS que se pierde en el espacio exterior antes de que nadie lo reciba. Sí, escribí algo. Después, muy entrada la madrugada, me acosté y tengo consciencia - pero ningún recuerdo claro - de haber pasado la noche dando vueltas peleando con las sábanas, sudando en un duermevela incómodo y sientiéndome extranjero dentro de mi propio cuerpo.

Quizá me desnudé demasiado brutalmente anoche, quizá me avergoncé hoy. Esta mañana temprano cuando me levanté vine directo a este rincón y borré todo vestigio de la noche. Son palabras que se llevó el tiempo para siempre, una nube de letras que la brisa dispersó y no dejaron rastro. Pero sé que no sólo ha sido un mal sueño porque lo que no ha terminado de desaparecer es el regusto amargo de la noche pasada, un algo indefinible que me inquieta y me hacer temer la que se aproxima.

Dicen que al miedo, cantar. Y pienso yo que a la inquitud, sonrisas. Busco alguna en el cajón para compartirla contigo y recuerdo un diálogo que he mantenido con mi hijo mayor docenas de veces desde el primer y brutal escalofrío maravilloso que me hizo sentir una noche. Parece increíble porque él sólo tenía tres años o cuatro recién cumplidos (ahora tiene cinco) pero es real, tan real como mis miedos. Yo me había tumbado a su lado en su cama para "vigilarle" (como él dice) mientras dormía. Estaba hecho un ovillo dándome la espalda de cara a la pared. Esos días en el colegio habían estado aprendiendo los números. Esta fue, más o menos textualmente, nuestra conversación:

- Papá, ¿cuál es el número más grande?
- No hay "el número más grande", Diego. Siempre hay un número más grande
- ¿Por qué?
- Así son los números. Si tú dices un número yo siempre puedo decir uno más grande
- ¿Por qué?
- Porque siempre hay uno más. ¿Tú hasta qué número sabes contar?
- (orgulloso) ¡Sé hasta el cien! (eso decía él, alguna decena se le quedaba por el camino, claro)
-
Pues mira, si tú dices el cien yo digo el ciento uno. Y ya es más grande.
- ¿Y si digo el ciento uno?
- Pues yo digo el ciento dos
- Papá
- Qué
- ¿Y si digo el mil?
- Pues yo digo el mil uno. Venga, Diego, duérmete
... (segundos de silencio) ...
- Papá
- ¡Qué!
- ¿Cuál es el número más grande que sabes?
(ésta es una pregunta recurrente de Diego y mi respuesta es invariable)

- El cuatro mil trillones
- ¿Hay el cuatro mil ... "eso"... uno? (lo pregunta girándose hacia mí)
- Claro
- ¡Pues yo digo ese!
(yo le beso)
- Anda, Diego, hay que dormir
(se gira de nuevo y me da la espalda, acurrucado; pasan unos segundos más)
- Papá
- ¡Qué! (impaciente, casi enfadándome)
-
¿Siempre hay un número más grande, siempre?
- Si Diego, siempre. Siempre existe un número más grande todavía.
Diego se gira, me mira y me dice tendiéndome sus bracitos al cuello:
- Papá, pues yo te quiero más que el diez y más que el cien y más que el mil. Papá: pues yo te quiero tanto... ¡que no existe el número!

(en ese momento recuerdo sentir que por cada poro de mi piel se me escapaba el alma empapada de ternura, como se escapa el agua por los poros de una esponja mojada)

¿Qué tienen las noches, algunas noches, qué veneno esconden para hacer sentir soledad y amargura a alguien a quien cuida un ángel así?

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El mejor olor, el del pan; el mejor sabor, el de la sal; el mejor amor, el de los niños (Graham Greene)

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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Un rato muy largo me he quedado esta vez en tu página, leyendo una y otra vez tu texto, intentando descubrir, lo que intentas decir entras las líneas. No lo he conseguido.

Supongo, que debes haber pasado un día y una noche pésima, para sufrir y sentirte así.

No temas por noches futuras y no pienses en las malas pasadas.
En las primeras no se puede influir, sean como sean - vendrán igualmente. #Y las pasadas no se pueden cambiar, son ya parte de nosotros, como cualquier cosa que hacemos, pensamos, decimos, escuchamos o soñamos.

No, no existe un número para dar valor al cariño de un hijo o el que se siente por él.
Ni lo hoy para noches amargas - no te sientes abandonado por sufrirlas, qué no sabes porque hemos de llorar las noches agrias? No? Te lo diré: Para poder disfrutar aun más de aquellas noches dulces, venideras. Para poder abrazar aun más a aquellos días encantadores, donde la felicidad reemplaza al sol, esté este donde esté...

Mira en tu corazón y sabrás, que no todo puede haber sido malo ayer por la noche.

Deseándote lo mejor,
Isabel

Gloria Álvarez dijo...

Hola, entré a través de Isabel. Soy Gloria de Barcelona, encantanda.

Cuando yo tengo una de esas noches que describes también escribo, pero lo hago en el blog de notas, suele ser muy profundo y pesimista, normalmente, impregnado de esa soledad que a uno a veces de invade. Despues de echar unas lágrimas -vienen muy a veces, otras no, depende- y conseguir dormirme, con ayuda, siempre, me despierto de otra forma; si es dia de trabajo no miro lo escrito hasta la tarde y normalmente hago lo que tu, lo borro. Es como borrar de mi ese mal momento. Otras veces, si escribo directamente ya ahí queda, sea lo que sea porque algun visitante nocturno ya me ha dicho su qué... sobre en mi otro blog de "cosas más mías" que el de blogger.

Malas son algunas noches, pero para mi peores son las madrugadas en vela, cuando vienen todos los fantasmas, todos los miedos... y esos recuerdos tiernos de mi hija, que cuando ya tiene casi 18 años son muy dolorosos porque ya nada queda de lo que fue, solo el recuerdo y sientes mucha añoranza. Disfruta de tu niño o niños todo lo que puedas... vuelan muy rápido.

Saludos

Patus dijo...

Diego es hermoso. Los niños lo son, cada uno a su modo. Que bueno que tenga una infancia feliz y pueda sentir eso por vos.
Besos