miércoles, octubre 25, 2006

Bruce

Es hoy. Hay concierto. Bruce. En mi casa, en mi ciudad. Voy a ir, a olvidarme, a ser otro, a dejarme llevar, a vivir. A bañarme en el río de piedad, a lavarme en el río de rock and roll. A salir fuera de este viejo pellejo, de esta alma rota.

Llévame, Bruce, llévame lejos de aquí. Transfórmame, dame unas alas nuevas, aunque sea por unas horas.

Como siempre haces.

Hasta ahora, compañero.

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Well the night's busting open
These two lanes will take us anywhere
We got one last chance to make it real
To trade in these wings on some wheels
Climb in back, Heaven's waiting on down the tracks

(Bruce Springsteen, Thunder Road)

(La noche se está abriendo y estos dos carriles nos llevarán a cualquier sitio que queramos. Tenemos una última oportunidad para hacerlo realidad, para cambiar estas alas por unas ruedas: vamos, sube atrás, el Cielo nos espera al final del camino)

domingo, octubre 22, 2006

Fin de la orgía

...y el mundo se acaba de derrumbar del todo. Ha terminado ahora mismo, todavía se oyen los ecos postremos apagándose. Y yo sigo aquí, aún en pie, con el último whisky en la mano, a medio beber, con cara de tonto y la música llorando bajo (Shenandoah).

Todo se derrumbó. Menos yo, que ya no tengo ni dónde caer.

Adiós.


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sábado, octubre 21, 2006

La música, el whisky, el mundo que se cae (orgía)

(sentido escuchando - metido dentro de - el disco We Shall Overcome, de Bruce Springsteen & the Seeger Sessions Band)

Tengo cerca un vaso de whisky, mezcla de grano y malta. El escocés no está para esto y sólo fue el primero. Y suena la Seeger Sessions Band y Bruce canta y Diego da palmas y baila por su cuenta, alegre, a su aire, antes de que yo me esconda. Y la música me va invadiendo el corazón a la vez que el whisky el cerebro, y los violines suenan y rasgan el aire y el banjo baila y el trombón salta y la tuba los empuja a todos hacia afuera. Es música folk, música gospel, canción protesta, balada, música para bailar. Es todo junto. Y desgarra mis entrañas y fluye y corre y brinca mientras todo mi mundo real se está hundiendo a mi alrededor - o así lo siento -. Y bebo más whisky.

"Fue un viaje de carnaval, el sonido de la sorpresa y por el puro placer de tocar. Música de la esquina de cualquier calle, música de salón, música de taberna, música de lo yermo, de la soledad, música de circo, música de iglesia, música vulgar"

Eso es lo que cuenta Bruce. Es lo que siento yo mientras escucho y mientras intento no llorar abrumado y no reír feliz a la vez, mientras no hace falta que intente sólo mirar ahí para no oír tantas cosas caer y romperse; no necesito intentarlo porque las notas me han levantado en vilo y me llevan en volandas hacia lo desconocido, hacia una tierra de sólo sentimientos, por descubrir, en la que no importa el equipaje que arrastre yo desde mi estación: todo eso queda en el tren y en él se va cuando éste abandona el apeadero dejándome allí.

Y los coros casi aúllan y el piano crepita; las trompetas danzan locas, el contrabajo nos mece a todos y el saxofón quiere hacernos el amor. El acordeón ríe a carcajadas mientras el órgano reza y yo bebo más whisky, con una sonrisa y - ahora sí - llorando, porque no sé si lo que escucho es la música, mi corazón desgañitándose para hacerse oír por encima, la sangre fluyendo por mis venas, el mundo derrumbándose o volviendo a nacer. Lloro hundido y soy feliz y siento ira y me estremezco y me desanimo y me deshago en gotitas de niebla ligera que una brisa desbanda y hace desaparecer.

Prefiero mil veces esconderme aquí, en este mundo imaginario... y tan real a la vez, porque realmente existe fuera y dentro de mí. Y éste no se cae. Sólo se oculta cuando no hay tiempo de encontrar los caminos hasta él, cuando la nieve y la bruma del trabajo y la vida cubren y disimulan los mojones que marcan los límites del sendero que lleva al mundo donde sólo se siente, al universo de la música y la poesía, al orbe del corazón y el whisky.

O sea, casi siempre.

Me sirvo otro. Y escribo esto también en directo, como se guardó la música que estoy escuchando, como (casi) todo lo que escribo. Es la única manera de que se guarde ahí también el corazón.

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La vida es más excitante que cualquier porro. Sólo hay que saber por dónde fumarla (esto se me vino a la cabeza sobrio; y mejor no meter al whisky en la ecuación. Al menos, no hoy, no más) (gracias, Ona)

sábado, octubre 14, 2006

Este instante

(escuchando Green River, de Elliott Murphy)

Para los que estamos fuera, para mí, es sólo la sobremesa de un sábado soleado. Es el primer sorbo de la taza de café aquí frente al ordenador y junto a la ventana, el segundo instante de tranquilidad saboreando el mediodía del sábado a la espera del resto del fin de semana. Para otro será sentado frente al televisor, viendo el telediario. Para otros más pequeños es uno más de sus intrascendentes instantes felices jugando sin ser conscientes del paso del tiempo.


Y en la calle, bajo mis pies, un frenazo. Y un golpe seco y brutal.

Para él sería quizá el momento de volver de un partido con sus amigos. Quizá el instante de dejar que su amigo Juan, si así se llama, le lleve a casa o, quizá, venían de tomar un blanco e iban a buscar otro en otra barra, en otro bar. Quizá Juan - si así se llama - sólo le estaba enseñando su coche nuevo o quizá era una más de las carreras por el barrio, por el circuito de las rotondas. En todo caso era un buen momento - o lo parecía - en un sábado soleado de otoño.

Pero salieron demasiado rápido de la rotonda. Pero Juan, si así se llama, no había visto el semáforo rojo a diez metros de la salida. Ni al coche parado esperando el verde. Ni él en este sábado soleado y tranquilo de octubre se había puesto el cinturón.

Y vino el frenazo. Y el golpe seco y brutal. Ahora los he visto desde la ventana. Todos están fuera ya, algunos doloridos, otros heridos, todos asustados. Todos están fuera ya salvo él, a quien no se atreven a sacar del coche. Ha llegado la policía y una ambulancia y todos miran y alguno llora y otros se retuercen las manos. Y Juan, si es que se llama así, no comprende nada desde sus veinte años y no deja de preguntarse cómo un sábado soleado y feliz de octubre podía estar la tragedia escondida esperando tras una curva, a la salida de una rotonda. Y él sigue inmóvil, con la cara sobre el salpicadero y nadie se atreve a sacarle.

Yo rezo poco, pero ahora rezo para que no sea éste el último instante que él recuerde como feliz, el último en el que pensó que podía levantarse y salir caminando por sus propios medios. Que no tenga que recordar este instante como el más incomprensible, injusto y traicionero de su vida, el primero que permaneció sentado para siempre, a sus veinte años.

Yo también tuve veinte años y, aunque no la merecí, bastante más suerte que él. O quizá no, ojalá. Quizá a él aún le quede suerte. Por eso rezo.

Era la sobremesa tranquila de un sábado. Ya no lo es.

Ponte el cinturón, por favor.

(esto no es un anuncio de la DGT, lamentablemente. Sólo el reflejo de una sensación provocada por algo que acaba de suceder en este sábado soleado y brutal)

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No digas de ningún sentimiento que es pequeño o indigno. No vivimos de otra cosa que de nuestros pobres, hermosos y magníficos sentimientos, y cada uno de ellos contra el que cometemos una injusticia es una estrella que apagamos (Herman Hesse) (Gracias por hacerme realmente "sentir" esta idea)

jueves, octubre 12, 2006

YGDN

(escuchando Cherub Rock, de Smashing Pumpkins)

¿Escribir la historia de Yagudin? ¿Y qué más? Como si el mundo no fuera ya lo suficientemente peligroso. No ve qué sentido tiene contribuir a empeorarlo. "¡Pero qué tiene eso que ver!", le dice Alice. ¡Pues sí, pequeña, sí que tiene que ver! Tiene que ver con el hecho de materializar pensamientos inconfesables. Tiene que ver con la idea de que la historia de Yagudin puede que oculte otra historia. Tiene que ver con adentrarse en determinadas regiones prohibidas. "¡Pero tendrás derecho a expresarte como quieras, digo yo!", replica Alice. ¡Pues no, pequeña, pues no! Y él conoce bien el derecho. Y también conoce las historias de Yagudin. Todas nacen en el interior de su cerebro. Hay algunas a las que se les puede permitir salir y que se les pueden contar a las niñas y otras que están mejor allí dentro. A veces resulta más prudente renunciar a uno mismo de manera espontánea. En todo caso, es mucho mejor que dejar que los otros tomen la iniciativa por ti.

Nid está en el salón, tumbado en el sofá. Es tarde. Está solo. Siente cómo le va invadiendo una angustia difusa. Mañana empieza septiembre. Tendrá que regresar a la facultad, retomar sus rutinas. Ya tiene la agenda llena. Lo primero que tiene es una entrevista con un estudiante, luego los exámenes, una clase de recuperación, inspección, correcciones, un congreso a final de mes. Tendrá que ponerse el traje y los zapatos nuevos que le ha comprado Alice. También tiene que ir al banco a solucionar el problema con las facturas. Llevar el ordenador a reparar, hacer copias nuevas de las llaves.

Volverá a ser él mismo, o al menos la superficie social con la que todos le identifican. Todo muy soso, muy aburrido, muy correcto y encorbatado.
(de Yagudin o la increíble historia del hombre de las manos agujereadas, de Philippe Ségur)

Ayer comí con una amiga, en su día compañera de estudios y ahora colega de profesión. Fueron un par de horas robadas al trabajo - en realidad cobradas del trabajo con retraso. El día era gris y frío - como era yo ayer - pero la comida agradable y la conversación y la compañía confortables como un sofá viejo. Charlamos de todo y de nada, del trabajo, de política, de nosotros, de los amigos vivos y de los muertos. Nos reímos y nos pusimos serios antes de volver a reir. Después nos despedimos y volvimos cada uno a nuestro trabajo.

Quizá me estoy escondiendo ahí últimamente. Sé que a veces tengo miedo de lo que siento: algo que no identifico, descatalogado y fuera de inventario, rompiéndose en mi interior; algo que no iba a ser capaz de reponer jamás. Sí, me asusto y quizá me escondo en el trabajo y en no parar de hacer cosas, en hacer ruido para no poder oir lo que siento. Y portarme así realmente me aisla pero me vuelve frío, superficial, me hace sentir vacío y solo. Y no estoy vacío ni solo.

Son ratos como el de ayer los que me rescatan en esos momentos, los que me dan valor para parar y buscar al Yagudin de mi interior para encararme con él, para charlar incluso, para invitar al monstruo asesino a un café. Y también algún pajarillo que se posa en mi hombro cuando estoy dormido - aunque pensaba que muerto - y ya ha salido el sol, y pía y se va dejando en el aire su canción y la sensación de que alguien a quien le importa ha venido a buscarme.

Estos cuatro renglones los escribí hace tiempo al pie de una carta para unos amigos y suyo es por tanto. Pero con su permiso me gustaría hacerlo extensivo a todos los demás que, con ellos, inundais mi corazón y sin los cuales sí me puedo sentir vacío. Gracias por llenarme de sentido, gracias por rescatarme de mis monstruos, gracias por darme la oportunidad que ser lo que verdaderamente soy. Nunca os vayais.


¿Y encontrar una palabra
, verbo que luzca y encienda las sombras,
que me lleve hasta vosotros...?


¡Cifra que encierre el secreto!


¿ Voz que acoja lo que siento ... todo?

...

¡Nada!


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(y esto sin drogarme. Ahora leo lo que he colgado aquí y me da vergüenza pero... ya estoy harto de borrar cosas, ya estoy harto de casi todo)

viernes, octubre 06, 2006

Derrotado

A veces uno se queda seco, consumido. Exhausto, extenuado, como muerto. Y el corazón a duras penas late e impulsa la sangre - más por inercia, por costumbre, que otra cosa. El cuerpo se rinde y se desploma, se derrama casi por los suelos. Y el espíritu se esconde y parece ausente, huído, retirado. A veces no quedan fuerzas para nada más que para seguir vivo apenas, con los sentidos entumecidos y el alma aletargada, aislado como el niño en la matriz, como la momia en su sudario, como la tripulación muerta de un submarino a la deriva.


...

Necesito respirar y revivir. Necesito descansar. O me secaré del todo.


(la fotografía es obra de xandert
, que sabe que está aquí, y está disponible en morguefile - conforme a los términos de uso previstos en su licencia)

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El que no posee el don de maravillarse ni de entusiasmarse más le valdría estar muerto, porque sus ojos están cerrados (Albert Einstein)
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lunes, octubre 02, 2006

Luna:


- Luna, ¿por qué te escondes?
El Sol se va.
...
Luna, ¿por qué lloras?

- Qué más da

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No se ha llegado aún al colmo del dolor si quedan fuerzas para quejarse (Caballero de Bruix)
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domingo, octubre 01, 2006

¡Qué asco!

Me levanto con resaca de la fiesta de ayer. Un día entero rodeado de verdaderos amigos, algunos a los que no veía por mucho tiempo, por mucha distancia, celebrando y riendo y saltando y bailando. Resaca de alegría y abrazos y camaradería. Me ducho. Es fin de semana: no me afeito. Me meto en mis vaqueros y mi camisa de los domingos, que no es la más elegante sino la más suave y cómoda, una de algodón color malva que saco con vergüenza a la calle por lo gastada que está. Ya tiene la forma de mi cuerpo. Estoy seguro de que si la llamara con un silbido desde la cama acuduría a mí por sus propios medios desde el armario y ella sola me abrazaría y envolvería.

Por primera vez en años he tenido la mala suerte de comer con la tele encendida. He tenido que ver a Acebes y a Zapatero haciendo lo único que parece que saben hacer los políticos españoles: atacar y morder. Y dividir.

Los que se supone que representan a los que trabajamos fuera o dentro de casa, a los que estudiamos, a los que estamos jubilados, los que deben velar por nosotros españolitos de a pie que luchamos por vivir dignamente como personas, por ayudar a nuestros vecinos, a los que madrugamos cada día como verdaderos héroes para tratar de cumplir nuestra obligación - bien o mal, pero en todo caso de la mejor manera que sabemos -, a los que sólo queremos vivir en paz sin hacer daño y no estorbar a las sonrisas de los que nos rodean, a nosotros que sólo queremos de ellos que administren honradamente lo que a todos nos pertenece; esos representantes de las buenas gentes de España, digo, sólo buscan dividir y hacer hondas las heridas en lugar de curarlas o al menos dejarlas cicatrizar solas. ¿Eso es lo que queremos nosotros? ¿Para eso los tenemos ahí? Lamentablemente, para encontrar lo que nos separa no nos hacen falta ayudas.

Estoy harto de ellos. ¡Por mí pueden irse todos a la mierda!

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El elector goza del sagrado privilegio de votar por un candidato que eligieron otros (Ambrose Bierce)

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